Estrés

estrés laboral

Estrés laboral

La pandemia de COVID-19 ha cambiado drásticamente la forma en que trabajamos, y con ello, ha aumentado significativamente el estrés laboral. El teletrabajo, aunque ha sido una solución crucial para mantener la actividad económica durante la crisis sanitaria, también ha traído consigo una serie de desafíos que han impactado la salud mental y el bienestar de los trabajadores.

¿Qué es el Estrés Laboral?

El estrés laboral es una respuesta natural del cuerpo y la mente para adaptarse a presiones en el entorno de trabajo. Se manifiesta a nivel fisiológico, psicológico y conductual, y surge cuando intentamos recuperar el equilibrio frente a demandas que percibimos como abrumadoras. Durante la pandemia, este tipo de estrés se ha intensificado debido al teletrabajo y otros factores asociados al confinamiento.

Impacto del Teletrabajo en el Estrés Laboral

El teletrabajo, definido como el uso de tecnologías para trabajar fuera de las instalaciones del empleador, se ha convertido en una práctica común durante la pandemia. Sin embargo, este cambio ha conllevado nuevos factores de estrés:

  • Aislamiento social: la falta de interacción directa con compañeros y jefes puede generar sentimientos de soledad y desconexión.
  • Espacios de trabajo inadecuados: no todos los hogares están equipados para el trabajo remoto, lo que puede resultar en posturas incómodas y distracciones.
  • Presión laboral incrementada: la incertidumbre económica y laboral ha llevado a un aumento de las expectativas y la carga de trabajo.

Efectos del Estrés Laboral en la Salud

Los efectos del estrés laboral se han manifestado de manera aguda durante la pandemia. Entre los más comunes se encuentran:

  • Aumento de la ansiedad y depresión.
  • Empeoramiento de la salud física, con síntomas como dolores de cabeza, tensión muscular, y fatiga.
  • Problemas de concentración y mal humor.
  • Ausencia de hábitos y rutinas saludables, lo que agrava el malestar general.

Estrategias para Manejar el Estrés Laboral

Ante estos desafíos, es esencial implementar estrategias efectivas para manejar el estrés laboral. Algunas recomendaciones incluyen:

  1. Establecer un equilibrio entre la vida personal y laboral: Definir horarios y límites claros para evitar el agotamiento.
  2. Crear un espacio de trabajo adecuado: Adaptar un lugar en casa que sea cómodo y libre de distracciones.
  3. Mantener un diálogo abierto con compañeros y superiores: La comunicación es clave para manejar expectativas y reducir la presión.
  4. Realizar pausas activas durante la jornada: Incluir ejercicios físicos y técnicas de relajación para aliviar la tensión.
  5. Adoptar hábitos saludables: Comer bien, hacer ejercicio regularmente, y dedicar tiempo al ocio son fundamentales.
  6. Buscar apoyo profesional: Los psicólogos y terapeutas pueden ofrecer herramientas valiosas para prevenir y enfrentar el estrés.

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síndrome de burnout y psicólogos

El síndrome de Burnout y su impacto en los psicólogos

Desde hace unos años, se estudia el impacto del síndrome de burnout, cuando los mecanismos de adaptación del estrés sostenido fracasan, ya que este tiene un impacto importante tanto en la vida de la persona como dentro de las organizaciones (Blanca, et al. 2013). El burnout desde que se comenzó a investigar se ha asociado mucho a las profesiones que requieren atención al público directa, tal es el caso de las profesiones sanitarias como los psicólogos (Ortíz y Ortega, 2009).

Parte de esto último se debe a que cuando se trabaja como sanitario, las funciones ejercidas van desde el apoyo, la ayuda hasta dar un servicio que puede llegar a desgastar a nivel físico y mental (Ortíz y Ortega, 2009).

¿Qué es el síndrome de burnout?

El síndrome de burnout es un trastorno psicológico, que puede afectar a profesionales de diferentes ramas (sanitarios, docentes, policías, entre muchos otros). Las características de todo esto, es que suelen ser ocupaciones que están muy expuestas a interactuar con usuarios o clientes, que presentan necesidades importantes y que demandan respuestas (Blanca, et al. 2013).

Normalmente, el síndrome de burnout aparece cuando la persona he estado expuesta a un estrés sostenido en el tiempo y sus mecanismos para adaptarse a esa situación ya no funcionan. Los recursos personales, ya no son suficientes para ese nivel de demanda físico y mental, por lo que comienzan una serie de síntomas como: cansancio emocional, falta de energía, desinterés hacia las personas que se atienden, despersonalización, falta de motivación, sensación de fracaso personal, que deteriora la vida personal y laboral del trabajador (Ortíz y Ortega, 2009).

¿Cómo se manifiesta el burnout?

Hay diversas manifestaciones psicológicas, emocionales y conductuales como: ansiedad, irritabilidad, aburrimiento, depresión, falta de atención, mal humor, poca concentración, indiferencia tanto a las tareas laborales como hacia la gente, también hay insomnio, contracturas musculares, taquicardias, fatiga, migraña, problemas gástricos, absentismo laboral, poca comunicación y desinterés en el cumplimiento de las metas laborales y personales (Blanca, et al. 2013).

¿Cuál es el impacto del síndrome de burnout en los psicólogos?

La mayoría de las investigaciones realizadas sobre el síndrome de burnout, se han realizado en profesiones asistenciales, una de esta es la figura del psicólogo clínico y sanitario. Siendo que la psicología clínica y sanitaria trabaja con personas con dificultades de salud mental o dificultades significativas, y su implicación en estos procesos es mayor que en cualquier otra profesión sanitaria (Oñate, et al. 2016).

Oñate, et al. 2016, señala que el trabajo de un psicólogo puede impactarlo de una forma positiva o negativa. De forma positiva, porque el trabajo terapéutico puede ayudar tanto al terapeuta como a su cliente y de forma negativa, porque la exposición al conflicto de los demás, puede generar desgastes y, por tanto, afectar la vida profesional del terapeuta, así como su vida personal.

Muchas de las causas del burnout en psicólogos, es debido a la frustración de no poder cumplir con las metas, normalmente relacionadas con el rol terapéutico (responsabilidad, atención a los casos y preocupación individual), además de las dificultades del proceso terapéutico o condiciones del trabajo, esto último, se ve reflejado más en psicólogos clínicos o sanitarios que trabajan en instituciones, que aquellos que ejercen la práctica privada (Benavides, et al. 2010).

La primera causa que se asocia con el burnout en los psicólogos es la percepción de no tener éxito en el tratamiento del paciente, ante esta situación aparecen sentimientos de frustración y fracaso, que, si se juntan con la baja autoestima o un perfil de personalidad perfeccionista, hacen que aparezca rápidamente los síntomas del burnout (Partarrieu, 2018).

La segunda causa tiene que ver con la sobrecarga laboral o la complejidad de los pacientes que se atienden. Sumado a esto, si el terapeuta presenta rasgos perfeccionistas de la personalidad, se manifiesta el síndrome de burnout (Partarrieu, 2018).

¿Cómo podemos medir el síndrome de burnout en psicólogos?

Existen escalas generales que miden tanto los síntomas del estrés laboral como el síndrome del burnout, tal es el caso del MBI, Maslach Burnout Inventory, que busca profundizar en puntos importantes en profesiones asistenciales (Benavides, et al. 2002).

De forma más específica, se cuenta con el Psychologist’s Burnout Inventory. En español contamos con el IBP que está dirigido a psicólogos, para evaluar específicamente las dimensiones que afectan más a los terapeutas y psicólogos, como son el cansancio emocional, la despersonalización y la realización personal (Benavides, et al. 2002).

Medidas de afrontamiento para la prevención del burnout en psicólogos

El autocuidado son todos los comportamientos que se realizan enfocados en la prevención y tratamiento de la salud física y mental. Estas conductas ayudan a disminuir el impacto que tiene el estrés y especialmente el estrés prolongado que genera el síndrome de burnout, ya que incide en aspectos como la calidad de vida, el desempeño profesional y persona y el afecto positivo (Benevides, et al, 2010; Valdes, et al. 2020). El autocuidado, junto con las estrategias de afrontamiento, son las que permitirán que el síndrome de burnout se supere con el tiempo.

Una de las características a destacar sobre el síndrome de burnout en los psicólogos, es que se cree que debido a que los psicólogos promueven constantemente conductas de autocuidado para sus pacientes, serán capaces de aplicar estas estrategias para sí mismos, sin embargo, esto no siempre es así, muchas veces los psicólogos necesitarán aplicar algunas estrategias diferentes como puede ser la terapia personal y la supervisión de casos para poder sobreponerse al síndrome de burnout (Valdes, et al. 2020).  De la misma forma, investigaciones como la de Oñate, et al. 2016, nos muestra que el área de mayor afectación en psicólogos clínicos es la del desgaste emocional.

Por esto es importante, que el psicólogo pueda trabajar en los aspectos positivos de su profesión, como la empatía, la habilidad de autorreflexión, compresión en el comportamiento de los demás y el suyo propio, adquirir habilidades para poner límites y aprender a regular sus emociones (Benavides, et al. 2002). La regulación emocional entonces ayudará a que la persona tenga comportamientos más adaptativos en los diferentes contextos de su vida, incluyendo el laboral, contribuyendo también características como el autoconcepto y la autoestima, que permitirán al profesional poder valor mejor su trabajo (Valdes, et al. 2020)

Conclusión

El síndrome de burnout es algo que puede afectar a cualquier persona, pero aquellas que están expuestas constantemente a intervenir con otros, como es el caso de los psicólogos, están más expuestos. Por lo que se hace vital, que los profesionales de la salud mental puedan aprender de estrategias de afrontamiento tanto para regular su práctica profesional como para su vida personal y así no llegar al extremo de sentirse quemados en su trabajo.

Bibliografía.

Benevides, A., Moreno-Jiménez, B., Hernández, E., y Gutiérrez, J. (2002). La evaluación específica del síndrome de Burnout en psicólogos: el» inventario de Burnout de psicólogos». Clínica y salud13(3), 257-283. https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=180618090002

Benevides, A., Porto-Martins, P., y Basso, P. (2010). Síndrome de burnout en psicólogos clínicos.  Ponencia presentada en el 11vo Congreso Virtual de Psiquiatría: Interpsiquis. https://www.researchgate.net/profile/Ana-Benevides-Pereira/publication/41528961_Sindrome_de_Burnout_en_psicologos_clinicos/links/0deec535c4eda91c75000000/Sindrome-de-Burnout-en-psicologos-clinicos.pdf

Blanca, I., García, G., Bosch, V., Méndez, J. y Luque, C. (2013). Burnout en psicólogos de la salud: características laborales relacionadas. Psicología y Salud, 23 (2) 217-226. https://doi.org/10.25009/pys.v23i2.503

Oñate, M., Resett, S., Menghi, M. y Iglesia, M. (2016). Burnout y autoconcepto en psicólogos clínicos. Revista de Psicoterapia, 27 (103), 215-229. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5399245

Ortíz, G. y Ortega, M. (2009). El síndrome de burnout en psicólogos y su relación con la sintomatología asociada al estrés. Psicología y Salud, 19, (2) 207-214. https://doi.org/10.25009/pys.v19i2.630.

Partarrieu, A. (2018). Síndrome de Burnout en psicólogos clínicos y su relación el perfeccionismo. X Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología XXV Jornadas de Investigación XIV Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. Facultad de Psicología – Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.

Valdés, K., González-Tovar, J., Hernández, A. y Sánchez L. (2020). Regulación emocional, autocuidado y burnout en psicólogos clínicos ante el trabajo en casa por confinamiento debido al COVID-19. Revista Colombiana de Salud Ocupacional
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(1) https://doi.org/10.18041/2322-634X/rcso.1.2020.6430

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¿cómo diferenciar la ansiedad, el miedo y el estrés?

Miedo, ansiedad y estrés. ¿En qué se parecen y cómo diferenciarlos? 

El miedo, la ansiedad y el estrés son emociones muy habituales y reconocibles en el ser humano, ya que en multitud de ocasiones las hemos experimentado. No es extraño escuchar a menudo comentarios como “estoy ansioso”, “pareces estresado” o “tengo miedo”, convirtiéndose en expresiones que ya forman parte de nuestro léxico común. Como muchas veces se utilizan como sinónimos, en las próximas líneas daremos las claves para diferenciarlas.

El miedo

El miedo, como decía Paul Ekman, es una de las 5 emociones más básicas y primarias del ser humano que nos facilita la supervivencia. Tan básica e importante es, que a su alrededor, se han establecido diferentes distinciones y dependiendo de su intensidad y función reciben un nombre u otro: miedo, horror, ansiedad, pánico, son tan solo algunos ejemplos de esta nomenclatura.

El miedo genera en nuestro organismo una activación fisiológica para responder de una forma adecuada a cualquier cosa o situación que valoremos como peligrosa y amenace nuestra integridad. El miedo promueve tres maneras básicas de responder ante el peligro: la lucha, la huida y el quedarse paralizado.

La ansiedad

La ansiedad, como el miedo, también genera una activación fisiológica para responder a una amenaza o peligro. Pero a diferencia de este, donde el peligro es identificable e inminente, en la ansiedad la amenaza es menos específica e irreconocible. Está más orientada al futuro que al presente, por eso se dice que es de carácter anticipatorio. La ansiedad toma cuerpo en la preocupación y rumiación, es ese run-run que resuena en tu cabeza y que te mantiene en un estado de alerta constante.

Con un ejemplo podemos explicarlo mejor: imagínate que cruzas la calle despistado y, de repente, viene un coche hacia ti a toda pastilla. Lo más probable es que, ante esa amenaza, el miedo desencadene una elevada activación fisiológica para que puedas apartarte (respuesta de huida) lo más ágil y rápido posible, procurando tu supervivencia. Pero puede que, posteriormente, estés de regreso a casa y vuelvas a recordar esa experiencia, quizá con más intensidad, si tienes que cruzar una calle. Y aunque no haya ningún coche cerca, ninguna amenaza real, ese recuerdo pueda generarte una sensación subjetiva de amenaza, desencadenando un estado de ansiedad, que aumente a medida que te acerques a un paso de peatones. 

En este segundo caso, como podéis ver, la percepción de amenaza es subjetiva, difusa y con escasa probabilidad de que ocurra de forma inminente, aunque la ansiedad consigue que se sobredimensione el peligro, su gravedad y su probabilidad de que vuelva a ocurrir.

Como el miedo, la ansiedad es otro mecanismo diseñado para la supervivencia y te prepara para reaccionar ante posibles amenazas. Pero el precio a pagar es un gasto de energía elevado, una sensación de malestar frecuente y, al igual que el miedo, también genera respuestas de huida o evitación, con la diferencia en que si la amenaza no es real o tiene poca probabilidad de aparición puede llevarnos a limitar nuestra vida de modo considerable e innecesaria.

Para el “Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales” (DSM-V), aparte de las características mencionadas, el miedo frecuentemente se asocia a “accesos de activación autonómica necesarios para la defensa o la fuga, pensamientos de peligro inminente y conductas de huida, y la ansiedad está más a menudo asociada con tensión muscular, vigilancia en relación con un peligro futuro y comportamientos cautelosos o evitativos”.

La ansiedad tiene múltiples ramificaciones y los trastornos asociados a ella se distinguen unos de otros según el tipo de objetos o situaciones que inducen miedo, las conductas evitativas empleadas o las creencias y pensamientos asociados. Una buena valoración y análisis de estas dimensiones puede ayudar diagnosticarlos y planificar un adecuado tratamiento (puedes leer aquí nuestro artículo de la ansiedad generalizada)

El estrés

El estrés, comparte con el miedo y la ansiedad la activación fisiológica para responder mejor a las demandas de la situación en la que nos encontramos, pero a diferencia de las emociones anteriores, lo que provoca esta respuesta no necesariamente tiene que ver con una amenaza o peligro.  

Como bien se recoge en los estudios sobre el estrés, la fuente que desencadena esta respuesta, y que se llama estresor, puede ser una situación que demanda más recursos de los que disponemos normalmente, pero sin ninguna connotación negativa o amenazante, como podría ser un reto o desafío que suscitara una respuesta de estrés para superarlo. 

Hay varios parámetros que entran en juego en la respuesta de estrés y que exponemos esquemáticamente a continuación: 

  1. El estresor, que son las situaciones, acontecimientos vitales o condiciones ambientales a los que se enfrenta la persona.
  2. La valoración primaria que hace referencia a la evaluación que hace la persona sobre las características del estresor y que podría considerarse como neutro, benigno/placentero, amenazante o desafiante.
  3. La valoración secundaria que evalúa los propios recursos de la persona y los compara con las demandas del estresor.
  4. El afrontamiento: si la situación se determina como amenazante o desafiante y los recursos actuales de la persona se consideran insuficientes, se activará la respuesta de estrés tanto a nivel fisiológico, cognitivo (para planificar y organizar la acción) como motor para hacer frente a la situación.

¿En qué se parecen el miedo, la ansiedad y el estrés?

El estrés, al igual que el miedo y la ansiedad, es un mecanismo de supervivencia que nos ayuda a responder mejor en algunas situaciones. Tener ciertas dosis de estrés puede favorecer a una mejor adaptación a una situación determinada y no tiene por qué ser perjudicial.

Al igual que la ansiedad, si el estrés se cronifica y es excesivo, puede llegar a generar un impacto negativo sobre nuestra salud. Aun así, a diferencia de la ansiedad y el miedo, el estrés no se activa siempre por una situación que se considera peligrosa.

Podríamos considerar, y algunos autores así lo hacen, la respuesta de estrés como un mecanismo que se presenta tanto en el miedo y la ansiedad y que dependiendo de la naturaleza de la fuente que lo genera se convertirá en ansiedad, miedo o simplemente como un proceso de movilización de recursos, aumentándolos si hace falta, para adaptarse a una situación.

Conclusión

En conclusión, aunque las tres respuestas se solapan en algunos parámetros (como que son mecanismos diseñados para favorecer la supervivencia y aumentan la activación fisiológica del organismo) existen suficientes diferencias para distinguirlos. El miedo y la ansiedad son consideradas como emociones, en cambio, el estrés es un proceso de adaptación al medio, que puede formar parte de la respuesta de estas dos emociones.

Espero que, a partir de ahora, puedes entender mejor estos procesos tan habituales en nosotros, te haya ayudado a distinguirlos y mejore tu adaptación a ellos. Pero si tienes dificultades para gestionar estas emociones, no esperes a que el problema se haga más grande y pide ayude psicológica.

Si te ha gustado este artículo y quieres más información al respecto o te gustaría informarte de nuestras sesiones de valoración o psicoterapia, puedes seguir este enlace y me pondré en contacto contigo lo antes posible.

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estrés, definición, sintomas y tratamiento

El Estrés.

Definición, síntomas y formas de tratarlo

El estrés son los cambios psicofisiológicos que se producen en respuesta a una situación de sobredemanda. Como su nombre lo indica son cambios se dan a nivel psicológico y físicos, por tanto tendremos ambas manifestándose.

Cuando el organismo se activa ante una situación estresante, se observan diversos cambios, por ejemplo una rápida movilización de la energía que permanece almacenada, de modo que la glucosa, las proteínas más simples y las grasas, salen de la células y se dirigen a la musculatura; incremento en la frecuencia cardíaca, respiratoria u la presión arterial, para facilitar el transporte de oxígeno a la célula, se paraliza la digestión.

Disminuye el impulso sexual, se inhibe la actividad del sistema inmunitario y si esta se alarga en el tiempo, entonces se produce una reacción analgésica del dolor y cambios característicos en nuestro sistema sensorial para percibir todo mejor y en lo cognitivo por lo que nuestra memoria y sentidos se agudizan.

Esto ocurre como una medida de actuación para situaciones de emergencia, donde se requiere que el sujeto utilice todos sus recursos para afrontar la situación, esto se considera altamente adaptativo

Ahora, se ha constatado en numerosas investigaciones, que si esto se mantiene por un largo periodo de tiempo el  organismo acaba siendo dañado por este modo de comportarse. Seyle, postulo en los años 50 el llamado Síndrome General de Adaptación, el cual se da en tres fases:

Fases del Síndrome General de Adaptación

  • Fase de Alarma: que aglutina toda una serie de modificaciones psicofisiológicas y comportamentales ya explicadas. Si la situación continua entramos a la
  • Fase de resistencia: manteniendo la sobreactivación necesaria para ello
  • Fase de agotamiento: aparecen diversas alteraciones psicosomáticas. 

Es importante destacar que el estrés no es el factor causal responsable de la enfermedad, sino que más bien aumenta el riesgo de que el organismo contraiga distintos tipos de enfermedades o de acelerar el proceso patológico. 

De igual manera el estrés interactúa con otros hábitos de nuestro estilo de vida. Se ha constatado que a mayor estrés se incrementan comportamientos de riesgo para la salud como es el consumo de alcohol, tabaco, consumo de alimentos ricos en grasa y azúcares y por otro lado debido al estado de fatiga, se reduce la práctica de comportamientos saludables como el hacer ejercicio físico que constituye una estrategia natural para la regulación de los estados emocionales

Síntomas del Estrés

Cuando alguien está pasando por una etapa de sobrecarga profesional, académica y/o personal puede notar una serie de síntomas, entre los que encontrarían:

  • De conducta: Evitación de determinadas tareas, dificultades para dormir, dificultades para finalizar el propio trabajo, temblores, inquietud, cara tensa, puños apretados, lloros o cambios en los hábitos de alimentación, tabaco o alcohol.
  • Emocionales: sensaciones de tensión, irritabilidad, desasosiego, preocupación constante, incapacidad para relajarse o depresión.
  • Psicofisiológicos: músculos tensos o rígidos, rechinar de dientes, sudoración profusa, cefalea tensional, sensaciones de mareo, sensaciones de sofoco, dificultad para tragar, dolor de estómago, náuseas, vómitos, estreñimiento, heces sueltas, frecuencia y urgencia en la necesidad de orinar, pérdida de interés en el sexo, fatiga, sacudidas y temblores, pérdidas y ganancia de peso, conciencia de los latidos del corazón.
  • Cognitivos: pensamientos ansiógenos y catastrofistas, dificultad para concentrarse o dificultad para recordar acontecimientos.
  • Sociales: se pueden evitar o buscarlas, pero la calidad de las relaciones suelen cambiar cuando las personas están bajo estrés.

Técnicas para el control del estrés

Cada técnica las desarrollaré en post individuales para que queden más claro.

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