Si nos fijamos a pie de calle, el hecho de que los conceptos psicológicos estén fácilmente a nuestro alcance, ya sea a través de libros, películas, series o videos de YouTube o TikTok, ha favorecido que etiquetemos, de forma habitual, a las personas de nuestro alrededor con un determinado trastorno mental.
Si alguien nos cuenta que ha estado llorando todo el día, le decimos que eso es depresión; y si el hijo de la vecina no para quieto es porque sufre de un déficit de atención con hiperactividad; o si un amigo nos comenta que últimamente se siente nervioso es porque tiene estrés. Que decir cuando percibimos en nosotros mismos una serie de síntomas de malestar poco habituales… En esas situaciones nos angustiamos si empezamos a creer que padecemos un trastorno mental, y que se acrecienta si las personas de nuestro alrededor corroboran esa idea. Y aunque algunas veces, nuestra intuición no nos falla, otras podemos estar totalmente equivocados.
Establecer una línea de separación entre un comportamiento normal y uno patológico (trastorno mental) puede llegar a ser una tarea difícil, ya que depende de diferentes factores y circunstancias y tampoco existe un criterio unánime entre la comunidad científica que distinga claramente ambas condiciones.
Una de las dificultades radica en que la aparición de un síntoma (o varios) en una persona puede deberse a un trastorno mental, pero el mismo/s síntoma en otra situación o persona puede ser totalmente normal. Por ejemplo, si una persona está apática, sin energía y con ganas de llorar, es posible que esté padeciendo un trastorno del estado de ánimo, pero si descubrimos que está sintiéndose así por la muerte reciente de un ser querido, podemos concluir que es un “comportamiento totalmente normal“. En otros casos, la línea que separa cuando es un trastorno y cuando no lo es más fina.
¿Qué es un “comportamiento normal”?
Para entender la diferencia, podemos partir de lo que entendemos por comportamiento normal, que sería el comportamiento más habitual que realizan la mayoría de personas, del mismo grupo y rango de edad, en una determinada circunstancia y que favorece al desarrollo personal, a las actividades y objetivos fijados, generando actitudes funcionales tanto para la vida como en las relaciones con los demás. Es decir, es la forma de actuar más esperable y semejante en el que la mayoría de personas actuaría en esa misma situación.
¿Qué es un comportamiento patológico?
Ahora mismo os estaréis preguntando: bueno, y entonces, ¿qué es un comportamiento patológico? El trastorno mental sería aquella forma de comportarse poco frecuente y que se aleja de como lo harían la mayoría de personas. Aun así, esta distinción no es del todo confiable, porque hay comportamientos poco frecuentes que realizan las personas y que no los catalogaríamos de trastorno mental.
Uno de los factores definitorios del trastorno mental es que acostumbra a causar malestar a la persona que lo sufre y a su entorno próximo. Afecta a la forma de pensar (generando distorsiones), a la gestión emocional, a la capacidad de solucionar problemas y al desarrollo de la personalidad y/o aprendizaje. Aunque no en todos los casos.
Para concretar qué más puede considerarse como un trastorno mental y que no lo es, podemos tomar como referencia la definición que nos proporciona el manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) de la asociación americana de psiquiatría (APA):
“Un trastorno mental es un síndrome caracterizado por una alteración clínicamente significativa del estado cognitivo, la regulación emocional o el comportamiento del individuo que refleja una disfunción de los procesos psicológicos, biológicos o del desarrollo que subyacen en su función mental. Habitualmente, los trastornos mentales van asociados a un estrés significativo o a discapacidad, ya sea social, laboral o de otras actividades importantes. Una respuesta predecible o culturalmente aceptable ante un estrés usual o una pérdida, tal como la muerte de un ser querido, no constituye un trastorno mental. Los comportamientos socialmente anómalos (ya sean políticos, religiosos o sexuales) y los conflictos existentes principalmente entre el individuo y la sociedad no son trastornos mentales, salvo que la anomalía o el conflicto se deba a una disfunción del individuo como las descritas anteriormente.”
DSM -V
Factores de un trastorno mental
De lo expuesto hasta ahora, podemos rescatar varios factores que pueden ayudarnos a determinar cuándo podemos considerar que estamos frente a un trastorno mental, y que exponemos a continuación:
- El malestar significativo o discapacidad: en la casi totalidad de trastornos se indica que debe existir un deterioro o malestar de la persona en una o varias áreas. Lo más habitual es que ese malestar sea personal e interno, donde aparecen sensaciones físicas y pensamientos que se perciben como desagradables, anómalas e involuntarias. Por tanto, si hay sufrimiento es un indicador de trastorno mental. Pero, aunque la mayoría de veces es así, otras veces, no es imprescindible la aparición de ese sufrimiento interno, sino que la patología se ubica en el deterioro de otras áreas de la vida, como la laboral, social o familiar. Por ejemplo, una persona con un trastorno de personalidad puede sentirse a gusto y feliz consigo misma, pero, por otro lado, sus comportamientos disfuncionales pueden estar afectando negativamente a varias áreas de su vida, deteriorando sus relaciones sociales, de pareja, etc.
- Contexto vital: como nos indica el DSM, el momento en que aparece el malestar también puede ayudarnos a discernir si se trata de un trastorno o no. Como dijimos antes, si el malestar es esperable por la situación en la que vive la persona (como tristeza ante una pérdida, nervios antes un examen, etc.) no debería considerarse como patológico. En cambio, si el comportamiento o reacción (tanto por defecto como por exceso) no es acorde a la situación en la que aparece, es un indicio de que se trate de un trastorno mental.
- El número de síntomas: en algunos trastornos mentales es necesario la aparición de un mínimo número de síntomas para considerarlo un determinado trastorno. Por ejemplo, en el trastorno Depresivo Mayor es necesario cumplir un mínimo de cinco síntomas. Cuanto más síntomas haya más probable es que se trate de un trastorno mental. También es indicador de la gravedad del trastorno.
- Frecuencia: el número de veces en el que aparecen los síntomas (malestar) o un comportamiento anómalo también es un indicador de trastorno mental. Un malestar puntual no suele considerarse como patológico, en cambio, un malestar que aparece dos o tres veces al día, es señal de un trastorno grave. Así que, cuanto mayor sea la frecuencia, más probable de que sea un trastorno patológico.
- Coherencia en el discurso: la desorganización, la incoherencia en el habla o la incapacidad de comunicarse pueden ser otros indicativos de padecer un trastorno mental.
- Áreas afectadas: el malestar patológico puede surgir solo en un área o situación determinada (como por ejemplo una fobia específica) o manifestarse en varias áreas de vida. Cuantas más áreas afecte más incapacitante y grave es.
- Aparición de pensamientos irracionales (rígidos y extremos): la mayoría de trastornos mentales tienen en común la afectación de las cogniciones en forma de creencias, suposiciones y sesgos, que son formas de interpretar la realidad poco adaptativas y rígidas, y acostumbran a ser extremas y catastróficas.
Conclusión
En resumidas cuentas: en la mayoría de casos, podemos sospechar que padecemos un trastorno mental (o alguien cercano lo padece), cuando tenemos un malestar o deterioro significativo que afecta a una o varias áreas de vida de la persona, ya sea a nivel personal, social o laboral. Una afectación que altera la forma de pensar, actuar y sentir de la persona y que no sería una consecuencia esperable de un acontecimiento determinado.
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